A lo largo de mi vida me han dicho muchas veces que soy inteligente, pues qué bien. Quisiera ser menos inteligente y más lista. Vivir más y pensar menos. La inteligencia, si es que lo es, o el pensar, no conducen a nada bueno. La mente sólo sirve para sembrar dudas cuando las cosas van bien, pero cuando van mal la muy pend... no hace más que hurgar en lo que duele, machacarte constantemente. Parece que el pensamiento sólo se siente a gusto entre el dolor.
A veces uno intenta sumergirse en la vida, dejarse llevar por la corriente del día a día, hacer cosas, muchas cosas, estar constantemente ocupada para no permitir que la mente tome el control. Pero no es más que un autoengaño que, además, no funciona durante mucho tiempo, pues uno es consciente de que ahí debajo siempre se encuentra lo otro, pugnando por salir.
Pensar menos y sentir más, al menos cuando las cosas van bien, o más o menos bien, o simplemente van. Porque ahora también quisiera no sentir. Ni pensar ni sentir. Hibernar sería lo perfecto. Hasta que me despierte mi príncipe con un beso. O criogenizarme hasta que la ciencia descubra un remedio para esto que no sé cómo llamar. O algo... dicen que hay que seguir adelante. Pero nadie me ha dicho cómo. Ni para qué.
Después de los últimos dos meses pensé haber aprendido algo, tal vez haber descubierto la fórmula. De qué sirve, si ahora no me permiten ponerla en práctica. Y ahora he de seguir adelante, pero ¿en qué dirección? y sobre todo, ¿para qué?. Y tras el vislumbre de esperanza vuelve la angustia redoblada. Me faltan las fuerzas para seguir, ni adelante, ni atrás, ni a ningún sitio. Yo, que además de inteligente, era tan independiente. Ja. Sí, sé que me prometí no escribir más este tipo de textos, pero qué puedo hacer si es esto lo que siento. Necesito escribir, aunque sea como desahogo, todo esto es demasiado duro, demasiado fresco y sangrante como para literaturizarlo. Sólo me salen cursiladas. Pero el amor es cursi porque es directo.
Siempre andaba buscándoles los recovecos a las cosas. Siempre la duda, la ironía, ¿la inteligencia? estoy harta de creerme más lista que los demás. De querer hacer las cosas a mi modo, de buscar una solución mejor, más auténtica, más mía. En vez de aceptar que algunas cosas son como son y que, si la gente se dio cuenta de ello hace ya miles de años, por algo será.
Que si, efectivamente, como decía no sé si Rimbaud o uno de estos, qué más da, hay que "reinventar el amor", habrá que hacerlo en el día a día, desde la práctica, y no desde la teoría. Reinventarlo cada día, trabajarlo, cuidarlo, pero no buscar otros modelos, que no dejan de ser plantillas. Recuerdo que hace tiempo leí El árbol de la ciencia, de Pío Baroja. La verdad es que no recuerdo mucho del contenido, pero sé que la primera vez que lo leí no me gustó demasiado, pero después, al repasarlo para selectividad, descubrí de repente el sentido del texto y de la metáfora de origen bíblico que le daba título, (dicho sea de paso, me interesan los textos religiosos porque en ellos reconozco su valor como compendios de sabiduría; ¡cuántas interpretaciones éticas se pueden extraer de la Biblia, por ejemplo!). No digo que mi interpretación sea la correcta, pero yo (que no he leído el Génesis más que superficialmente) la veo clara. Dios prohibió a Adán y Eva comer del fruto del árbol de la ciencia por su propio bien. Y cuando lo probaron fueron expulsados del paraíso, pero en realidad eran ellos mismos quienes se expulsaron, pues habían sido advertidos de las consecuencias de su acto. Quisieron ser como dioses. Quisieron acceder a la ciencia, es decir, al conocimiento, sin saber que por ese camino uno acaba saliendo del paraíso y ya no puede volver.
Cuando uno aprende a pensar por sí mismo y empieza a poner en duda lo que le ha sido dado, difícilmente podrá ser feliz. Al menos eso es lo que ha ocurrido conmigo hasta ahora. Con quien no estoy de acuerdo es con Descartes. Cuando uno piensa, no vive. Vive cuando se deja sentir. Sin embargo, cuando piensa demasiado acaba observando la vida desde fuera, siendo demasiado consciente de ella, algo que no permite disfrutarla. Centrándose en la metavida. Refutando al francés, yo diría: "Sentior, ergo sum; cogito, ergo morior". Y aquí la cosa se complica más, porque yo muchas veces siento que me muero tanto cuando pienso como cuando me dejo sentir. Y sin embargo, intento torpemente salir de ello, ya que lo peor no es morirse: lo peor es estar muriéndose. Porque cuando uno muere deja de sentir (en cierto modo, podríamos decir que al revés también funciona la ecuación). Sin embargo, cuánto duele el proceso. Supongo que de tanta sobrecarga se me acabará necrosando el corazón. Sí, sé que desvarío un poco, si algún lector ha aguantado hasta aquí le pido perdón. En cualquier caso, que nadie se alarme. Si aún consigo hacer juegos de palabras es que no estoy tan mal. Y cuando juzgue que ya no resisto más, lo que haré será darme cabezazos contra la pared hasta quedarme tonta. O sea, tonta como antónimo de inteligente.