22 de agosto de 2010

Nunca quisimos humillarte...



No recuerdo cuando fue exactamente; pero Marce y yo estábamos de excursión por Lima y en pleno trance fotográfico. En la entrada de la iglesia San Francisco vimos a una señora pidiendo limosna. Estaba a un lado, menuda, absorta o ausente, al menos eso parecía, y la luz del exterior la iluminaba como si le perteneciese sólo a ella. No pudimos evitar hacerle una serie de fotos, primero desde afuera y luego desde adentro. De pronto, sin mediar palabra, la señora volvió hacia nosotros la cabeza y nos sacó un poco la lengua, luego se levantó y salió de la iglesia. Me quedé como una gárgola cuando sale el sol.


Así que, luego de unos minutos, volvió a ocupar su lugar, me acerqué a ella. Estaba con los ojos cerrados y un rosario en su mano, susurrando alguna oración. Le interrumpí. Y la conversación debió de ser más o menos la siguiente:

-Perdone...
-[alzó la mirada]
-Perdone, he visto que antes se ha enfadado usted...
-[apartó de mí la mirada y la clavó en la entrada]
-Queríamos pedirle perdón, no queríamos que fuera así.
-[seguía mirando hacia la puerta, le temblaba la barbilla de rabia]
-Disculpe, de verdad, no pretendíamos molestarla. Es que... la luz...
-[me miró con ojos contraídos, enmarcados por arrugas, y las aletas de la nariz palpitantes] Me ha parecido humillante.
-Pero no... señora... Mire, es que nosotros llevamos a cabo una labor de concienciación, queremos mostrar que nadie presta atención a las personas que...
-[seguía mirándome rabiosa, mientras yo buscaba cómo terminar la frase] Ha sido humillante.
-¡Pero no, señora! Mire, si yo viera algo humillante en esta imagen no estaría aquí hablando con usted cara a cara.
Esa frase como que le ablandó un poco. Se le transformó la mirada.
-Perdone... -insistí.
-Acepto las disculpas. -me dijo.
Tímidamente extendió la mano, y apenas con la punta de los dedos, tocó la mía. Yo sonreí, ella sonrió, le apreté la mano entre las mías y eso pareció darle la confianza suficiente para empezar a contarme:
-Porque yo en realidad pido para comer... -empezó.
-¿Quiere que le traiga algo de comida?
-Es que hoy un amigo ya me ha traído comida suficiente. Pero necesitaría también algo de ropa.
-[miró entonces la cadena que llevaba Marcello sujeta a la trabilla del pantalón y a cuyo extremo van atadas su cartera y sus llaves] -Esta cadena es muy bonita.

Era una forma relativamente indirecta de pedírmela. En ese momento se me pasaron varias opciones por la cabeza, pero, quizá de forma egoísta, pensé que a ella en realidad la cadena no le iba a servir para nada y que gracias a ella hace pocos años que no olvida la cartera ni las llaves ni le roban las cosas del bolsillo trasero, y que en Perú ya no he visto ese tipo de cadenas. La cadena fue un regalo mío a Marcello, cuando aún éramos amigos.
-Es que es un regalo...
-Ah, un regalo... A mí también me regalaron una vez un anillo, sabe usted. Pero un día, lo perdí. Lo estuve buscando, recé, y al final apareció en el fondo de la cubeta de mi casita. -En ese momento los ojos ya le brillaban. Y prosiguió -Una vez estaba yo en otra iglesia, porque en ésta llevo sólo un año, y vino el cura y me dio un rosario, y me dijo: "es usted un ángel". Y en otra ocasión...

Yo la estaba escuchando y me habría gustado quedarme un rato más hablando con ella allí en la entrada de la Iglesia, en susurros para no interferir con la misa que se celebraba a escasos metros, pero llevaba un rato vibrándome el móvil en el bolsillo, pues habíamos quedado con mi amiga Karim y seguro estaba buscándonos.

-Perdone, pero me tengo que ir ya, porque me están esperando afuera.
-Vaya con Dios - me dijo con una sonrisa comprensiva y una mirada totalmente diferente de la que tenía al principio.

Salí, llamé a Karim, quedamos con ella en la puerta de la Iglesia. Mientras la esperábamos, le conté a Marce lo que acababa de suceder. En ese momento salió ella de la Iglesia. Al pasar por nuestro lado sonrió y nos explicó que iba al baño. La detuve y le presenté a Marce. Quería que viera que él, que también le había tomando fotos, estaba emocionado con toda la situación.
-Mire, él es mi novio… -Y, como me pareció que quería decirle algo, añadí: - No sabe mucho de fotografía - y le sonreí. - La señora, sin más ni más, se acercó a él y le dio un abrazo. Y luego se alejó, camino de algún baño.

Y bueno, entre otras experiencias, ésta fue la que más me hizo reflexionar sobre cierto tipo de fotografía social que me interesa particularmente; y, sobre todo, sobre los sentimientos de los excluidos. A ver si interpreté bien la situación:

Al ser objeto de nuestra atención, esta señora primero se sintió mal. Supongo que, acostumbrada al rechazo de la gente, pensaría que nosotros no sólo la veíamos como alguien inferior, sino que encima teníamos la desfachatez de reírnos de ella retratándola en su miseria.
Evidentemente, semejante acción le pareció humillante. Sin embargo, al ver que éramos capaces de prestarle atención de otra manera y de interesarnos por ella como persona, al ver que no nos provocaba asco ni rechazo, debió de sentirse dignificada, humana. Y, aunque puede que me equivoque, creo que ese instante fue para ella muy valioso. Para nosotros, de otra forma, también.

Como digo, esta experiencia nos dio que pensar. Y nos planteamos fomentar la fotografía interactiva, acercarnos a las personas para que no se sientan meros objetos. En los días subsiguientes pudimos comprobar que, efectivamente, como iré comentando en próximas entradas, el mundo está lleno de personas que necesitan atención. Todos, además de comida, necesitamos atención. Es otro tipo de alimento.

Aunque, a todo esto, nunca le pregunté su nombre.