Se reencontraron después de mucho tiempo, aunque se conocían muy poco. En esa noche lenta para todos, los minutos parecían haberse congelado en los relojes, y los amigos parecían cruzarse casi flotando, como en un augurio predestinado a la celebración que se había hecho desear en el tiempo.
El encuentro fue así, se detuvieron a la distancia del departamento, entre la sala y el dormitorio, sonrieron, se saludaron, se opacaron sus voces entre la música lanzada por los altavoces de la pc, por las imágenes barridas de los amigos, que se animaron a moverse, lentamente primero, casi con desesperación después.
Fue el comienzo de todo, el big bang de sus vidas actuales, el comienzo de algo que aún no está, el comienzo de una experiencia, de unas sonrisas con ojos casi llorosos por el cansancio y abrazos con besos robados que no son besos, porque un beso debe ser sincero y no solo deseo. Era la imagen invertida en el espejo de las despedidas.
Movidas por el clímax musical y ayudadas por los efectos del alcohol, ella empezó a cantar con los ojos y a mirar con el alma un tema antiguo de Chavela Vargas que le movía mucho, y yo simplemente le miraba admirando su misterioso ser... Acariciarme, cantarme al oído, deslizar su mano sobre la mía y mirarme a los ojos fue más que insinuante. En el dormitorio, las palabras sobraron, el silencio era importante, era un silencio inteligente. Fue tan loco y ardiente estar juntas, tan exento de aquel deseo traicionero y lejano, tan certero y tan verdadero ahora, que en los diccionarios la palabra duda aún no figuraba.
A ciencia cierta, esta humilde narradora no sabe cuántas horas transcurrieron desde el encuentro hasta el hecho de ser náufragas en la cama, aferradas a nuestros cuerpos desnudos, la suavidad de nuestras pieles y sus misterios, desprendiendo nuestros olores, su aroma embriagadora y natural, más que un perfume de mujer, con sus ojos reflejados en los míos diciendo disfrutar de esta efímera inquietud... A salvo de esa razón cotidiana dictada por la sociedad, de esas obvias obligaciones impuestas, como si ya estuviesen navegando en la luna, en el mar de la tranquilidad, en el medio de la nada que era el todo de todo.
Y se volvió a repetir para entender que no sólo fue por ciertos grados que recorrieron en la sangre, sino que era por el sabio principio del deseo y la afirmación del amor que no es amor... Ahora ella sigue con su vida y yo con la mía, como si nada de esto hubiese pasado.