Viernes por la noche. Con los ojos rojos, cansados, intranquilos y estirados, tanto, que su chapa o apodo podría ser el famoso y trillado "chino". Busca en la avenida Santa la muy cotizada hierba "planta ancestral que produce efectos alucinógenos al fumarla". Busca una silueta que aparece y desaparece en la oscuridad. Esta silueta mira a todos lados y se oculta.
Estuvo esperando por unos diez minutos, y el chino está más tranquilo que antes, sus ojos se convierten en radares; ahora acompañados con unas manos sudorosas que maniobran un billete cochino y arrugado de diez nuevos soles. Un destello de luz producido por un taxi amarillo, rompe con el silencio de la noche. Ahora esos ojos y esas manos se unen a una boca reseca, que por momentos pasa su lengua por los labios para tratar de lubricarlos.
Todos buscan a esa silueta que entra a una casa y sale por otra casa.
De pronto, la sombra se acerca al de ojos rojos y le dice, “De cual quieres, tengo mangolight, moño rojo y scan”. Los ojos rojos moran, la boca segrega tal cantidad de saliva que rebalsa los labios, las manos le sudan más de lo normal y se impacienta. Muestra los diez nuevos soles bañados en sudor y pide moño rojo. La sombra sonríe y le da el tamal que contiene la codiciada droga. Ya hecho el trance, la sombra desaparece tras el grito de una prostituta en la calle adjunta.
Los ojos, la boca, la nariz y las manos están allí. La toca, la mira y la huele. Después de comprobar que es auténtica y que no le han engañado con pasto o culantro, guarda la marihuana, se retira sigilosamente y de una forma casi imperceptible. Unas cuadras más allá, de pronto saca de su bolsillo unos fósforos y prende la hierba por la Santa que le cumplió el milagro.