Alquilamos los equipos y al instructor. Claro eso era para q me enseñara porque Jimmie era súper aventurero y deportista y sabía todo eso. Habían varios que al igual que yo saltaban por primera vez… hubo muxa gente esperando su turno y bueno la espera sirvió para apaciguar un poco mis nervios a parte q conocimos una pareja de británicos q recién habían llegado al Perú y que al siguiente día viajarían a Cusco con todo ese equipo.
Hay que decir que la espera sirvió para que nos relajáramos totalmente, allí tirados al sol. Además, al ver cómo van cayendo lentamente (¡o no tanto!) los otros con sus paracaídas de colores y a nadie le pasa nada y todos salen sonrientes, pues ayuda a quitar el miedo.
Corrimos y saltamos de la costanera. Mi instructor era un tipo amable, desprendía simpatía y tranquilidad y también era grande y fuerte. Jimmie ya estaba listo para emprender la aventura èl iba solo porque quería grabarme como era mi 1era vez, en parapente. Joder, ver que el suelo está tan lejos que ni siquiera se distinguen bien las casas impresiona... Lo peor, aunque en realidad es lo mejor, es el momento del salto. La sensación en el estómago, la impresión. El viento que te silba en los oídos y te hace temblar los cachetes como banderolas o fueron los nervios. De repente ya no notas que estás cayendo, sino que parece que flotas, que no te desplazas en absoluto. Ya se distinguen mejor las casas, los autos, las personas en el mar y en la arena descansando. Y sigues creyendo que de repente te has quedado parado en medio del cielo. El instructor te pasa los mandos del parapente para que lo dirijas. Tiras de un lado y empiezas a girar con una fuerza tremenda, tiras del otro y giras otra vez en sentido contrario, es divertido, aunque de la energía centrípeta te duelen hasta las pantorrillas. Y el arnés se te hinca en los muslos y en los hombros. Y así, volando, flotando, planeando y girando pasan otros 15 minutos más o menos, hasta que llega el momento del aterrizaje, fue de pronto porque el viento empezó a bajar su velocidad. Y es entonces cuando te das cuenta de con qué velocidad se acerca la tierra. Pero caemos con relativa suavidad sobre la hierba. Qué mostro, he saltado en parapente y quiero volver a hacerlo...