La espiritualidad suele relacionarse con la liberación del alma de lo material. Radica en ser conscientes y obrar adecuadamente en todas las situaciones que la vida nos depara. De la espiritualidad renace la virtud, que es cultivada por una mente que no es dominada por el ego.
La espiritualidad, no busca gozar o disfrutar el placer de determinadas experiencias, ni busca encontrar, desarrollar, cultivar o lograr nada, ni dentro ni fuera de uno mismo. Es cierto que la vida espiritual es la mayor aventura en la que la persona se puede embarcar y que supone un desarrollo integral; pero en el momento en que se desea alguna cosa, como alcanzar o experimentar algo, se pierde la esencia misma de la espiritualidad.
Tampoco pueden existir reglas, leyes ni doctrinas morales o espirituales, pues lo que es adecuado en una situación puede ser inadecuado en otra, y lo que hoy es verdad, mañana puede faltar a ella. La espiritualidad solo requiere ser conscientes, aquí, ahora, y obrar adecuadamente.
Se cree que la espiritualidad es algo así como descubrir la gran ola que siempre esperan los surfistas. Nada más lejos de la verdad. La espiritualidad, con su aroma de delicadeza y sensibilidad, se encuentra muy cerca de todos, en el día a día, y para comenzar a vivirla no se tiene que hacer otra cosa que... lo evidente.
Vivir espiritualmente, guiado, significa estar dispuesto a sentarse en el silencio, permitir que el conocimiento se haga presente, abandonar los miedos y soltar todo aquello a lo que estamos encadenados.
Observar objetos y personas como si fuesen nubes en un vasto que vuelan libremente, sin que nos aten ni nos pertenezcan. Ser espiritual es algo natural y le da sentido a la palabra "humano", acompañar los ritmos de la naturaleza y actuar con tolerancia y compasión. Una vida espiritual se encamina a vivir algo más importante que los pequeños egoísmos de cada uno. Cada individuo encuentra su propia llave en la vida, algunos buscan la elevación de su conciencia, la sabiduría y la iluminación, otros lo practican a través del amor y la compasión ayudando a la humanidad en general.
Pero la vida espiritual se vive diariamente. Se compone de la alegría de vivir y del sentido de la libertad. Vivir simplemente y sin desperdiciar la energía de la vida, desde el fondo del corazón, con intensidad y coraje, buscando la armonía interior con los demás y con la naturaleza, escuchar el doble de lo que se habla y cultivar el silencio tanto como sea posible.
Sentir la vida como una aventura diaria, en el simple acto de despertarse cada mañana y respirar, dejar de buscar respuestas que nos brinden la seguridad, y lanzarse a la inmensidad de la vida con la clara intención de crecer. Pues existen muchos caminos que conducen a la verdad y cada persona puede buscar el propio. Si cultivamos el sentido de la brava aventura, nuestra vida ordinaria se transformará en una vida extraordinaria. La práctica de valores espirituales será la guía permanente que estará siempre presente al penetrar en lo desconocido.