Decidida a tener una experiencia de lo que ahora viene denominándose turismo rural y vivencial, junto a un grupo de amigos, mochilas al hombro y ávidos por conocer, enrumbamos a Cascas, capital de la provincia Gran Chimú, región La Libertad, a dos horas de Trujillo -en bus- y cuyo cálido clima obsequia al visitante tibio sol todo el año, siendo también muy acreditada por su famoso vino.
Un feriado largo para conocer la tradición de esta ciudad. Seis de la mañana, el bus estaba por partir y todos los asientos ocupados. Tuvimos que viajar de pie (prohibido). Con emoción observamos los contrastes entre el paisaje costero: arena, cerros áridos, neblina y smoke; y los parajes serranos: cerros verdes, cielo despejado con un sol cegador, delgadas acequias regando sembradíos de arroz y parcelas de uvas. Serpenteando entre estos cerros, llegamos a Cascas.
Cascas, es una tierra vestida de verde donde la producción vitivinícola es el motor de la economía. Nos habían contado que su gente es muy acogedora y que no habría problema en encontrar hospedaje y buena comida, comprobándolo al llegar.
Llegamos alrededor de las 8:30 de la mañana, el bus nos dejó a unas cuadras de la plaza. El aire se sentía fresco y el sol brillaba, había mucha gente que iban de un lugar a otro. Se escuchaba muy vagamente la música de una banda y preguntamos donde era, “es en un colegio, están ensayando para la procesión de esta noche”, nos contó Santos León, comerciante de uvas quien nos dio algunas orientaciones.
Cascas, es más que uva y vino. Es un pueblo donde persiste la vida rural, perfecta para disfrutar de la naturaleza, observar atractivos paisajes, compartir con gente amable y degustar su variada gastronomía. Situados alrededor del mismo, el visitante encontrará viñedos con uvas del tipo Gross Colman, Moscato de Alejandría, Red Globe, Borgoña, entre otras. Se le está dando mayor importancia al turismo rural en nuestro país, pero muy poco en esta provincia, casi desapercibida por los turistas nacionales.
Posee una zona alta y baja, casas modernas y antiguas con techos a dos aguas y algunas cubiertas de tejas, sus calles son estrechas. Buscamos donde desayunar y dejar nuestro equipaje. Vamos, que es increíble, como a la hora del desayuno, ya haya gente bebiendo vino.
Nuestra travesía empezó por aquellos lugares que nos parecían más atractivos, como la plazoleta ubicada frente a la Iglesia y casa de la Parroquia San Gabriel decoradas con enormes palmeras; dicho conjunto fue construido en la cima de una huaca Prehispánica a unos 30 metros sobre el nivel de la Plaza de Armas, siendo así el principal mirador de la ciudad. “Siempre venimos para ver desde acá el paisaje y estar un momento juntos”, nos comenta una pareja de enamorados. Desde esta plazoleta se puede apreciar la belleza de los paisajes y composiciones multicolores de los atardeceres que la naturaleza prodigiosa concede al entorno casquino.
Frente de nosotros se divisa una colina llamada Chunkazón, topónimo quechua que quiere decir “10 corazones”. El Chunkazón es la colina más sobresaliente de Cascas que emergiendo del suelo, se convierte en el corazón saliente del valle. Desde su cima se tiene una vista panorámica de 360° de la ciudad, las campiñas y los cerros que la circundan.
De noche, empezaron a replicar las campanas avisando que pronto empezaría la misa. Muchos feligreses vienen desde lejos. Estuvo abarrotado el templo. Destacan en él sus imponentes torres que al distinguirse desde la lejanía se convierten en las principales guías que conducen a los visitantes hacia el centro de la ciudad. Terminada la misa, empezó la procesión. Los devotos empezaron a hacer fila y encender sus velas para acompañar a las imágenes del Cristo Crucificado y la Virgen María. El recorrido fue lento y corto; desde los balcones de las casas, los devotos lanzaban flores blancas y rojas.
Al siguiente día, todo estaba calmado. Nuestra sombra iba cambiando de ubicación tras el paso de las horas. Un sol abrazador quemaba nuestras espaldas, teniendo que apaciguar la sed varias veces. Enrumbamos cuesta arriba hasta llegar al “Cristo en las Rocas” cuyo rostro labrado por la acción de la naturaleza se encuentra en lo alto de un cerro rocoso creciendo a su alrededor la achupalla. Este paisaje llama al sosiego y meditación del visitante. A 300 metros, un árbol gigante: el Higuerón. Este árbol ha crecido pegado a la roca atravesando sus raíces debajo de la carretera para alimentarse de las aguas del río Cascas. Es posible contar más de 1000 raíces, las que saltan a la vista, por eso a éste árbol se conoce más como el Árbol de las mil raíces.
Durante la travesía apreciamos viñedos de uva, ganado vacuno con yuntas arando la tierra, agricultores trabajando. Para hacer este recorrido tardamos aproximadamente cuatro horas caminando despacio, descansado y relajándonos en las aguas de aquel río llamado Cascas, de agua fría y cristalina que refrescaba nuestro cuerpo y nuestra alma.
Estas pintorescas rutas permiten la contemplación de paisajes en los que se observan degrades naturales en sus verdes y escarpados suelos, a los que se accede por caminos de herradura, trochas carrozables y sin afirmar, en todo el ámbito de Cascas. Las fotos tomadas en estos parajes salieron buenas, a pesar de ser solo fotógrafos aficionados.
De regreso, el cielo empezó a nublarse y a tornarse gris, a lo lejos se escuchaban truenos y caían pequeñas gotas de lluvia. Decidimos acelerar el paso para evitar que nos alcance la lluvia. El cansancio nos vencía. Faltando dos cuadras para llegar a la Plaza de Armas comenzaron los rayos, los truenos y una fuerte lluvia agitada por el viento. Vimos las palmeras agitarse demasiado, parecía una tormenta tropical, una de aquellas que salen en las noticias azotando las costas caribeñas o estadounidenses. Fue rápida, pero en pocos minutos las calles estaban inundadas de lado a lado y era imposible cruzarlas. Fue espectacular, muchos de mis amigos nunca habían visto algo igual.
Esa noche no hubo luz eléctrica, incluso hasta la mañana siguiente. Y, aprovechando que todo era oscuridad miraba el cielo y contemplaba las estrellas, eran infinitas, parecía que el cielo estaba cubierto de escarcha, y recordé que una vez le dije a mi novio “cada estrella que veas es un beso mío para ti”, y en ese momento el cielo estaba atiborrado de ellas. Cansados por la caminata, decidimos ir a dormir en el silencio de aquella noche iluminada por las estrellas.